La vida
es el cáliz
que los dioses
encontraron para
verter su ambrosía
y siendo yo
partícula de su vicio
me hundo en esta
fragancia de existencia
como tonelada de nada
suplicando
en mi inevitable caída
que sea yo consumido
en el vientre
de un goloso suspiro
que cruza
por los tiempos
del más allá.
La poesía es mi tercer solitario ensueño
similar a la vida borracha de símbolos
o al sueño cansado de cronología
así, la vida, los sueños y la poesía
son todos, con igual probabilidad
la temible alucinación de una sombra humana
que desliza un frágil dedo sobre el polvo existencial
exponiendo la superficie gris y hueca
y al llegar el dedo al borde
resbala y cae en una profundidad fría y alegre,
y como no queda más nada
el verde de la hora
se distrae con la neblina de adjetivos
y la sustancia intocable de versos
inventando un nuevo mundo
donde ni siquiera yo
estoy seguro de existir.
Con la taza
el lápiz y el reloj
entre todas las cosas
que me sostienen subjetivamente
sentado, casi muerto
antojado de una tristeza
que no llega
buscando sufrir
para desmentir la existencia
con la taza
el lápiz y el reloj
— casi muerto.
Era una de esas noches, una más entre todas las noches tantas veces envolviendo la acostumbrada monotonía de los hábitos tantas agonías bautizadas con nombres y apellidos de los que existieron para nunca más existir y yo sentado aquí viviendo otra noche de una sutil transparencia casi inmóvil, cuando se espera que sea día solo para que luego esperar alguna otra noche y en ese ciclo de irrelevancia me siento aquí como muchas otras veces sabiendo que nada nuevo va a suceder por lo que miro la renovable crudeza con la que se repiten todos estos objetos resuelto a vivir con las triviales concupiscencias del Destino.
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