qué duro labio habla la vida
qué fuerte impulso pega la vida
qué fuego cansado quema la vida
miro afuera
de mi rincón
olvido el eterno colocho de noche
y un poco de estrellas
tibias
en el margen de mi ojo.
qué duro labio habla la vida
qué fuerte impulso pega la vida
qué fuego cansado quema la vida
miro afuera
de mi rincón
olvido el eterno colocho de noche
y un poco de estrellas
tibias
en el margen de mi ojo.
Cuando lindo y ebrio
me paro sobre la vida
miro entera la situación
y un montón de tiza
la emoción
y un montón de risa
la inteligencia
no entiende que bruma
y luna es misterio
hundido en fuente
en ratos de noche
cuando aguas en la ducha
aguas negras llenas de estrellas
me lavan el alma
ebria y linda
que tampoco
sus curvas entiendo
ni el invisible
silencio de roca
de la vida entera.
Naturalmente el poeta es un objeto. Estira las piernas y estudia con los ojos la quemadura del pan. Abre la puerta, atento al crujido de la puerta, segundos antes de salir por la puerta. De lejos parece, si lo comparamos, a un arbusto con su traje verde y arrugado. El bus lo transporta a un destino trillado. Con cuchara en mano lee el periódico y con anteojos se lava los dientes. Fuma con la noticia después a leer un obituario. Se sienta en la idea cuando está cansado de analizar la sensación. Es naturalmente un objeto fingiendo libertad entre cuatro paredes de hogar; determinado a abrir la ventana cuando hace calor. Él o ella hace círculos con su lengua al besar, sus escalofríos hacen geografías fantásticas en su piel. El poeta es un objeto generalmente desapercibido, una de muchas nubes en el cielo de la vida. El poeta, en su imaginación, visualiza la vida como un gran libro que (él o ella) va abriendo arbitrariamente para descubrir nuevos capítulos del ser. Es naturalmente una profesión absurda porque el poeta, siendo un objeto cansado y vulnerable, cierra los ojos para soñar las mismas cosas que sueñan todos los demás hombres y mujeres.
Este es mi testimonio,
como un recuerdo
atrapado en una esfera:
sus fronteras están bañadas de espejo.
Es una convulsión de esencia,
dentro de esta circunferencia.
Todo yace dentro
sin saber nada de lo que hay
(o no hay) afuera.
Todo se entremezcla
el borde el centro son gemelos
la distancia la proximidad
ambos los recuerdo hondamente en la superficie.
Todo se entremezcla,
el siglo hace una trenza con los vientos
y los labios de la mujeres.
Nada sale de aquí.
Empiezo a sospechar que todo cambia
de casa como el suspiro cambia de boca
y cada pensamiento es un techo temporal.
Cada forma es un azar y cada cambio un fatalismo.
Este es mi testimonio;
mi propia voz
entrando en eco al olvido.
Solo pido un fragmento con sangre de esfera.
Una esquina donde pararme y medir desde ese
ángulo el temblor de la ilusión. Solo pido tener
un rincón donde pueda ir arrugándome sin paisaje.
Transitar las generaciones como un anónimo hombre
en el fondo de una fotografía. Solo pido un borde
donde pueda beber la humedad de la luz. Donde la
puerta sea ángel sin alas. Pido solamente una fracción
hinchada con las raíces de la música. Una ración de carne
apretada por manos ajenas. Pido el segmento que cementa
el alma con la inmensidad. Una borona que ruede y vaya
atando las noches a su dilatada circunferencia. Solo pido
un entreacto donde puede espiar la vagabunda forma de las nubes.
Bajo esta luz de neón dejé de escribir poemas. El aire se arrugaba como un plástico transparente. Atrapé los vuelos de las tuercas, todo en un mecanismo de bostezo. Cada minuto era un botón que al apretarlo nada sucedía. Esa melodía. Como herrumbre cae el ruido de las paredes. Escucho el moho crepitar como la alarma del reloj. El semáforo deja un charco de luz en la calle y los aparatos circulan con sus peinados de metal. La electricidad sigue atrapada en tubos. Como instrumento, aprieto el zumbido. Estoy aquí sentado como un motor con vórtices de sangre. Entretejiendo los rayos de electricidad en trenza de nailon. Como una distracción.
Bajo la luz de neón renuncié la poesía.
Hay quienes
dejan la gaveta vacía
excepto por una herida
de piedra que ya no sangra.
Hay hombres que
son muros y pierden
una borona de ceniza
con cada latido de su extensión.
Hay mujeres que
de tantos vuelos grises
han majado la sangre
con una sola lágrima.
Hay en esta inolvidable gama
una disciplina para sufrir.
Pero hay unos pocos,
que escapan la tragedia
como una ráfaga de música.
Los que con lazo atan
el paraíso a un movimiento
delgado prontísimo.
Hay algunos que
guardan aun la luz
en un bolsillo de neblina.
Hay esos pocos que
arrebatan una fábula de miel
del duro acto.
Hay en esta compacta oscuridad
ejemplos de condena y posibilidad.
Pero al final de esta vida
el hombre con clavo en su respiración
la mujer con pájaro en su sonrisa
se postrarán ante la naturaleza
para ver la luna arrodillarse
en un recuerdo de estrellas
Deja de espiar
con tu mansa mirada
el grueso fragor
de la luna que yace
cruda en la olla
del cielo
Mira como crece
la aorta con
cada trago de amarillo
el pulmón deja
una sombra de palmera
en el patio del corazón
La mañana la dejamos
encendida como una vela
cuando dormíamos tapados
por meses de azul sudor
Envuelve el borde de
los ojos con la mancha
del viento y volvamos
al campo intrínseco
donde crecen lágrimas
como flores que nadie corta
Seamos tímidos roedores
que gatean sobre el eco
del silencio y dejemos
nuestras huellas como
recuerdos dibujados
sobre el olvido
se parecía a una vida
o algún profundo
entrelazado
con milagro
pero esto no es vida
estoy aquí
en este inmenso
minuto
cada vez que
me acostaba
en el horizonte del tiempo,
es decir, en la esperanza
regresaba con un
sol enfermo
volvía al presente
y solo encontraba
una roca
sin su piel de piedra
en fin
no hay que ver
esto como una vida
sino como un garabato
tragado por una gorda
tragedia
Poco importa que llegue a entender
y aunque compare
la magnitud del universo
con la insignificancia del átomo,
es probable que ninguno
de los dos términos
representen algo real.
Solo sé que hay dolor
en este átomo,
que cruzar una calle
es a veces tan difícil
como nadar un océano,
que contar los días
es peor
que una muerte lenta
en las manos de Calígula.
Es una obra pequeña
entender la vida,
el reto está
en cómo olvidarla.
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