Naturalmente el poeta es un objeto. Estira las piernas y estudia con los ojos la quemadura del pan. Abre la puerta, atento al crujido de la puerta, segundos antes de salir por la puerta. De lejos parece, si lo comparamos, a un arbusto con su traje verde y arrugado. El bus lo transporta a un destino trillado. Con cuchara en mano lee el periódico y con anteojos se lava los dientes. Fuma con la noticia después a leer un obituario. Se sienta en la idea cuando está cansado de analizar la sensación. Es naturalmente un objeto fingiendo libertad entre cuatro paredes de hogar; determinado a abrir la ventana cuando hace calor. Él o ella hace círculos con su lengua al besar, sus escalofríos hacen geografías fantásticas en su piel. El poeta es un objeto generalmente desapercibido, una de muchas nubes en el cielo de la vida. El poeta, en su imaginación, visualiza la vida como un gran libro que (él o ella) va abriendo arbitrariamente para descubrir nuevos capítulos del ser. Es naturalmente una profesión absurda porque el poeta, siendo un objeto cansado y vulnerable, cierra los ojos para soñar las mismas cosas que sueñan todos los demás hombres y mujeres.