Me gusta tocar ese lugar,
curvo y blando, oculto –
que esconde el deseo.
Es magia,
que la piel roce
una fantasía y erija un obelisco.
No es morbo
sentir un relámpago extinguirse
debajo de la sangre.
Sucede y uno respira
como un árbol de hojas erizadas.
El peso de la esencia
deja glaseado el nuevo
flácido arco.
No hay que esperar siglos
para que aparezcan
monumentos al placer.